«Confissões de uma viúva moça«, de Joaquim Maria Machado de Assis.
Traducido por Pablo Alejos Flores.
Hace dos años tomé una decisión singular: fui a residir a la ciudad imperial de Petrópolis en pleno mes de junio. Esta decisión abrió un gran campo para las conjeturas. Tú misma, en las cartas que me escribiste y enviaste aquí, echaste tu espíritu a adivinar e imaginaste mil razones, una más absurda que la otra.
A estas cartas, en las que tu diligencia traía dos sentimientos al mismo tiempo, el afecto de una amiga y la curiosidad de una mujer, a esas cartas no respondí y no podía responder. No era oportuno abrirte mi corazón ni detallarte la serie de motivos que me sacaron de Río de Janeiro, donde las óperas del cabaré Lírico, tus fiestas y los saraos familiares del primo Barros debían distraerme de la reciente viudez.
Muchos creían que esta circunstancia reciente era el único motivo de mi fuga. Era la versión menos equívoca. La dejé pasar como a todas las otras y permanecí en Petrópolis.
Luego, en el verano siguiente, viniste con tu marido para acá, dispuesta a no volver a Río de Janeiro sin llevar el secreto que yo insistía en no revelar. La palabra no hizo más de lo que hizo la carta. Fui discreta como una tumba, indescifrable como la Esfinge. Dejaste las armas y partiste.
Desde entonces no me trataste sino de «tu Esfinge».
Era una Esfinge, lo era. Y si, como Edipo, hubieses respondido a mi enigma con la palabra «hombre», habrías descubierto mi secreto y habrías deshecho mi encanto.
Pero no anticipemos los acontecimientos, como se dice en las novelas.
Es tiempo de contarte este episodio de mi vida.
Quiero hacerlo por cartas y no verbalmente. Tal vez te sonroje. De este modo el corazón se abre mejor y la vergüenza no llega a entorpecer la palabra en los labios. Considera que yo no hablo en lágrimas, lo cual es un síntoma de que la paz volvió a mi espíritu.
Mis cartas irán cada ocho días, de manera que la narrativa puede causarte la sensación de un folletín de periódico semanal.
Te doy mi palabra de que te gustará y aprenderás.
Y ocho días después de mi última carta iré a abrazarte, a besarte, a agradecerte. Necesito vivir. Estos dos años son nulos en el relato de mi vida: fueron dos años de tedio, de desespero íntimo, de orgullo abatido, de amor sofocado.
Presta atención, es verdad. Pero solo el tiempo, la ausencia, la idea de mi corazón equivocado, de mi dignidad ofendida, pudieron traerme la calma necesaria, la calma de hoy.
Y te digo que no gané solo esto. También conocí a un hombre cuyo retrato traigo en el espíritu, y el cual me parece singularmente parecido a muchos otros. Ya no es poca cosa; y la lección ha de servirme, como a ti, como a nuestras amigas inexpertas. Muéstrales estas cartas; son hojas de un guion que, si yo hubiese tenido antes, tal vez no habría perdido una ilusión y dos años de vida.
Debo terminar esta. Es el prefacio de mi novela, ensayo, cuento, lo que quieras. No pregunto por la denominación, ni consulto a los maestros del arte para eso.
Estudio o novela, esto es simplemente un libro de verdades, un episodio sencillamente contado, en la confabulación íntima de los espíritus, en la plena confianza de dos corazones que se estiman y se merecen.
Adiós.
Gracias por leer hasta aquí, en ocho días publicaré la traducción del capítulo II. Comparte este capítulo si te gustó, de esa manera apoyas este proyecto, también puedes donar y seguirme en mis redes para estar al tanto del blog. ¡Buena lectura!
Una respuesta a “Confesiones de una viuda joven: Capítulo I – Machado de Assis”
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