«A mulher de negro«, de Joaquim Maria Machado de Assis.
Traducido por Pablo Alejos Flores.
Esta es la historia de una traición, aunque ingenua. Son pocos los personajes principales, aun así, es necesario prestar atención al detalle, a lo que dice y calla cada uno de ellos, para comprender la cultura brasileña de aquellos tiempos. Los temas que trata el autor son la amistad, la moral, la mentira, la desconfianza, la relación de pareja, el adulterio, el comportamiento “correcto” de una esposa, según la sociedad de entonces.
¿Para qué leer La mujer de negro?
Considero que la principal razón es para comparar la diferencia estética que logra Machado en años posteriores, aunque es muy clara la sutileza e ironía que sus cuentos tenían desde mucho antes en su vida, y no es algo que empezó a desarrollar en Memorias Póstumas de Brás Cubas, sino desde su juventud.
Otra cuestión reveladora es la obvia diferencia de conceptos que está adoptando la sociedad con respecto a los roles de género, pero es curioso notar que la sociedad no puede cambiar los profundos deseos inmorales de cada individuo, por más que se tenga presente qué se considera erróneo, el humano no puede eludir el paso de lo inmoral por su cabeza.
Y también por placer a la lectura, Machado es uno de los grandes escritores que Brasil ha tenido la gracia de ver brillar, y su forma de ver el interior humano es tan detallada que inhibe en nosotros la reflexión de nuestros propios actos.
Este cuento es parte de Contos Fluminenses o Cuentos de Río, como etiqueté en Amazon.
Esta publicación es una muestra gratuita del libro electrónico (e-book) disponible en Amazon.
CAPÍTULO PRIMERO
La primera vez que el Dr. Estêvão Soares habló con el diputado Meneses fue en el Teatro Lírico en el tiempo de la memorable lucha entre lagruístas y chartonistas. Un amigo en común los presentó uno al otro. Al finalizar la noche se dispersaron ofreciendo cada uno de ellos sus servicios e intercambiando las respectivas tarjetas de visita.
Solo dos meses después se encontraron otra vez.
Estêvão Soares tuvo que ir a la casa de un ministro de Estado para saber de unos papeles relativos a un pariente de la provincia, y ahí encontró al diputado Meneses, que acababa de tener una conferencia política.
Hubo sincero placer en ambos al encontrarse por segunda vez; y Meneses consiguió con mucha insistencia que Estêvão prometiera visitar su casa de ahí a unos días.
El ministro despachó deprisa al joven médico.
Llegando al corredor, Estêvão fue sorprendido con un tremendo aguacero que en ese momento caía y comenzaba a enlagunar la calle.
El joven miró de un lado a otro a ver si pasaba algún vehículo vacío, pero buscó inútilmente; todos los que pasaban iban ocupados.
En la puerta solo estaba un coupé vacío a la espera de alguien, que el joven supuso ser el diputado.
De ahí a unos minutos sale, en efecto, el representante de la nación, y se sorprendió al ver al médico aún en la puerta.
—¿Qué tal? —le dijo Estêvão—; la lluvia me impidió salir; me quedé aquí a ver si pasa un tílburi.
—Es natural que no pase, en ese caso le ofrezco un lugar en mi coupé. Venga.
—Perdón; pero no quiero incomodar…
—¡Cómo que incomodar! Es un placer. Voy a dejarlo en casa. ¿Dónde vive?
—Rua da Misericórdia número…
—Bien, suba.
Estêvão dudó un poco; pero no podía evitar subir sin ofender al digno hombre que de tan buena voluntad le hacía un obsequio.
Subieron.
Pero en vez de mandar al cochero hacia la Rua da Misericórdia, el diputado gritó:
—¡João, hacia la casa!
Y entró.
Estêvão lo miró sorprendido.
—Ya sé —le dijo Meneses—; se sorprende al ver que falté a mi palabra; pero yo solo deseo que llegue a conocer mi casa con el fin de que allá vuelva cuanto antes.
El coupé ya rodaba por la calle hacia el destino, debajo de una lluvia torrencial. Meneses fue el primero que rompió el silencio de unos minutos, diciéndole al joven amigo.
—Espero que la novela de nuestra amistad no termine en el primer capítulo.
Estêvão, que ya había notado la forma de ser del diputado, quedó completamente pasmado cuando le oyó hablar sobre la novela de su amistad. La razón era simple. El amigo que los había presentado en el Teatro Lírico dijo al día siguiente:
—Meneses es un misántropo y un escéptico; no cree en nada, ni estima a nadie. En la política como en la sociedad hace un papel puramente negativo.
Esta era la impresión con la que Estêvão, a pesar de la simpatía que lo arrastraba, habló por segunda vez con Meneses y se sorprendía de todo, de la forma de ser, de las palabras y del tono de afecto que ellas parecían revelar.
Al lenguaje del diputado el joven médico respondió con igual franqueza.
—¿Por qué acabaríamos en el primer capítulo? —preguntó él—; un amigo no es cosa que se desprecie, se le acoge como un presente de los dioses.
—¡De los dioses! —dijo Meneses riendo—; ya veo que es pagano.
—Algo, es verdad; pero en el buen sentido —respondió Estêvão riendo también—. Mi vida se asemeja un poco a la de Ulises…
—Al menos tiene una Ítaca, su patria, y una Penélope, su esposa.
—Ni una ni la otra.
—Entonces nos entenderemos.
Diciendo esto el diputado volteó la cara para el otro lado, viendo la lluvia que caía en la lámina de vidrio de la portezuela.
Transcurrieron dos o tres minutos, durante los cuales Estêvão tuvo tiempo de contemplar a su gusto a su compañero de viaje.
Meneses volteó de nuevo y entró en otro tema.
Cuando el coupé entró a la Rua do Lavradio, Meneses le dijo al médico:
—Vivo en esta calle; estamos cerca de la casa. ¿Promete que vendrá a verme algunas veces?
—Mañana mismo.
—Bien. ¿Cómo va su consultorio?
—Apenas comienzo —dijo Estêvão—; trabajo poco; pero espero lograr algo.
—Su compañero, en la noche en que me lo presentó, me dijo que usted es un chico de mucho merecimiento.
—Tengo las ganas de lograr algo.
De ahí a diez minutos paraba el coupé en la puerta de una casa de la Rua do Lavradio.
Bajaron los dos y entraron.
Meneses le mostró a Estêvão su sala de estudio, donde había dos largos estantes de libros.
—Es mi familia —dijo el diputado mostrando los libros—. Historia, filosofía, poesía… y algunos libros de política. Aquí estudio y trabajo. Cuando venga de visita, aquí lo recibiré.
Estêvão prometió volver al día siguiente y salió para entrar en el coupé que esperaba por él, y que lo llevó a la Rua da Misericórdia.
Entrando en casa Estêvão decía dentro de sí:
«¿Dónde está la misantropía de aquel hombre? La forma de ser de un misántropo es más ruda que la de él; a no ser que él, más afortunado que Diógenes, encontró en mí al hombre que buscaba».
Traducido por Pablo Alejos Flores