Padres no me faltaron, por alguna razón se me arrebató la vivencia de saber cómo sería carecer de dos bondades a mi lado. Aun así, siento, percibo, sufro, me alegro, río, entristezco, amo, odio, quiero, lamento y, sobre todo, permanezco ciego.
Por otro lado, intento experimentar los dolores que me presentarían el alma y el cuerpo al saber que no cuento con dos personas distintas en mi existencia, una para contarle mis sufrimientos, otra para mis descontentos; a ambos para mis alegrías; siempre tenerlos me permite hacerlo. Pero si me faltase una madre… si me faltase un padre… si me faltasen ambos, no vería de la forma que veo —quizá ya no estaría ciego. Si solo tuviese a mi madre, vería el trabajo duro y el carácter firme como mi pan de cada día, ni siquiera se me ocurriría abandonar el amor por la familia. Si solo tuviese a mi padre, vería el apoyo incondicional, la empatía y la frescura como parte de la naturaleza que me fue obsequiada. Si solo tuviese a nadie, ya no estaría ciego, estaría, tal vez, arrancándome los ojos para poder, en paz, volver a ver a estos dos padres que tengo; arrancándome las orejas para poder, en paz, volver a escuchar sus consejos; arrancándome la nariz para poder, en paz, volver a oler la sazón inigualable de la casa; arrancándome las piernas y las manos para poder, en paz, volver a quedarme inmóvil sobre la cama hasta la siguiente mañana; no me arrancaría la boca, no me arrancaría la vida, sin ella ellos también dejarían de estar en la mía.
Pablo Alejos Flores
